El dueño les dirigía una mirada de desaprobación con alguna pincelada de reproche, pero ellos ni se inmutaban. El grupo de hombres de la primera fila habían acaparado las seis últimas canciones y se les veía con ganas de más. Se dedicaban a piropear a las camareras y alguno había intentado estirar la mano para tocarlas, pero estaban tan borrachos que no daban en el  blanco. Todos eran de mediana edad y llevaban traje. Algunos llevaban la corbata colgada del cuello y otros se las habían enrollado en la cabeza. Por su manera de actuar y de hablar, debían de ser funcionarios. Mañana era un día de descanso a nivel nacional, así que no tendrían que madrugar. Sus mujeres probablemente llevaban horas durmiendo. O quizá se hubieran quedado despiertas viendo los típicos programas aburridos que emiten de madrugada en la televisión hasta que su esposo llegara. El telediario matutino comenzaría en un par de horas y ninguno de ellos tenía intención de moverse de sus asientos para algo más que ir al baño o subirse al escenario a cantar la próxima canción. Desafinaban bastante y ni siquiera se sabían la letra de la canción, pero les daba completamente igual. La embriaguez se reflejaba en sus tórridas mejillas.

Charlotte y Dakota estaban sentadas al fondo de la sala, sumidas en un claroscuro algo perturbador. Los funcionarios les habían dedicado algunas canciones, pero eso sólo era un motivo más para quedarse donde estaban.  Llevaban los labios rojos, pero de nada les servía. No tenían la seguridad que inspiraban, no eran dueñas de la frescura que desprendían. Se habían refugiado en el karaoke del puerto con el fin de evitar las discotecas y demás locales por el estilo. Aunque se sorprendieron al ver que entraban en estampida tantos hombres borrachos, preferían eso a estar completamente rodeadas por desconocidos en cualquier pista de baile. El dueño y las camareras también las miraban. No por ningún motivo en particular, sino a la espera de alguna señal que indicara que querían otra copa. Pero eso no ocurría. Dakota repiqueteaba las uñas contra la mesa con impaciencia. Sus largas pestañas atravesaban el techo y llegaban al cielo. Sus expresivos ojos verdes y su melena rojiza sólo aumentaban su belleza. No tenía una belleza exuberante, como la de las modelos, que parecen muñecas de plástico. Era diferente, tenía una belleza natural y real. Una belleza tan espontánea que incluso dolía. Su sonrisa torcida podía decir muchas cosas, pero nunca le contaba a nadie qué quería expresar realmente. Dejar que la imaginación volase era uno de sus puntos fuertes. Charlotte sin embargo, no llamaba la atención. Era hermosa, sin dudarlo, pero no atraía las miradas y tampoco se esforzaba por hacerlo. No llevaba prendas atrevidas ni se ponía colores vivos. No le interesaba recopilar miradas ni sonrisas pervertidas.

—Venga. Vamos a pedir otra copa. —Suplicaba Dakota, intentado avivar un entusiasmo inexistente.
—Ya he bebido demasiado, no quiero tomar nada más. —Contestó Charlotte. Jugaba con la sombrillita que le habían traído con la bebida y no parecía muy atenta.
—¿Demasiado? Sólo te has tomado un chupito, y casi te he tenido que obligar. Vamos a pedir unas caipirinhas, por favor. Le pediremos al camarero que te lo ponga suave y ni lo notarás.
—De verdad, no me apetece. ¿Tanto te cuesta entenderlo? —Le dijo Charlotte mientras levantó la vista para mirarla a la cara.
—No insistiré más. Pero vamos a cantar alguna canción, anda. Hay alguna que nos sabemos las dos y para eso hemos venido ¿no?
—Vete tú Dak, yo me quedo aquí vigilando los bolsos.
—Estoy cansada, de verdad. ¿Cómo puedes estar tan amargada? Hace mucho que no salíamos y parece que estés deseando quedarte en el sofá viendo telenovelas cutres antes que salir conmigo. —Dakota llevaba toda la noche aguantando la pesadumbre en el rostro de su amiga, y sus palabras salieron a borbotones por su boca, por vía directa desde el corazón.
—¿Amargada? ¿Cansada? ¿De verdad?
—Sí, de verdad, Charlie. Estoy demasiado cansada de ti.
—¡Oh! Estupendo. Sabes que estoy mal y que no tengo ganas de nada, me sacas arrastras de casa, me obligas a ponerme este estúpido pintalabios rojo que me sienta fatal, me obligas a ponerme esta estúpida pintura en los ojos, que apenas me deja ver. Sabes que no me gusta para nada, que yo no soy así. ¿Y eres tú la que está cansada? ¿En serio? —Arremetió. —Déjalo Dakota, no tengo ganas de hablar ni de discutir, si quieres pedir otra copa, haz lo que te dé la gana, a mí me da igual.
—Eres increíble tía. —Dakota subió algo más el tono, completamente perpleja. —Me sueltas esa enorme parrafada, dándole la vuelta al asunto y haciéndome quedar como una mala amiga. Todo lo que hago es por tu bien y tienes la desfachatez de decirme que no te apetece hablar del tema.
—No te confundas, yo no te dejo como una mala amiga, tú misma lo haces. Tú eres la mala amiga. —Las palabras de Charlotte contenían una frialdad que quebraba el hielo.

El dueño del karaoke se dio cuenta de la situación, así que subió algo más la música para desviar la atención de los otros clientes. Aunque no quedaban muchos, aún habían unas quince personas dentro y el dueño sabía que no era nada agradable que alguien exterior estuviera pendiente de tus peleas o enfados.
—Genial tía, en serio. ¿Sabes una cosa? Qué te den. Estoy harta de verte llorando por las esquinas, de verte con malas caras todo el día. Estoy hasta las narices de que tu único tema de conversación sea Dave. Es él quién te hace daño y yo soy la mala amiga. No puedo hacer nada si no quieres escucharme, pero nunca más te atrevas a decirme que soy una mala amiga. La única que me está demostrando que te importa una mierda nuestra amistad eres tú.
—¿No te cansas nunca, verdad? Es nuestra relación, no la tuya. Lo que te jode es que yo tenga a alguien y tú no. ¿Qué pasa? ¿Qué estás enamorada de él tú también? No me contestes, eso es lo que te pasa. Yo te demostraré todo lo que tú quieras, pero ahora mismo la única que me estás haciendo daño eres tú y tan siquiera eres capaz de verlo. Respeta mi relación, joder. ¿Tan difícil es?
—¿Qué tonterias estás diciendo? ¿Es que no lo ves? ¿Estás tan ciega? No puedo respetar algo que NO EXISTE. —Las palabras de Dakota salieron a toda velocidad desde el interior de su garganta. Aunque no se había dado cuenta, estaba gritando.
—No quiero saber nada más de ti, olvídame.
En el mismo momento en el que pronunciaba esas palabras, empezó a caer agua del techo. El corazón le dio un vuelco a ambas y se sobresaltaron de mala manera. El agua estaba helada y resbalaba por su pelo, por sus brazos y por su pecho. El tiempo se marchó momentáneamente sin dejar ninguna nota. Los gritos de alerta lo hicieron volver enseguida.
—¡ESTÁ ARDIENDO! —Gritó una de las camareras mientras volvía del almacén.
—¡Hay que llamar a los bomberos, joder! ¡Hay fuego en la parte de atrás! —Espetó el dueño mientras empujaba a una de las chicas en busca de su teléfono móvil.

El humo empezaba a avanzar por la barra y el salón. Los borrachos de la primera fila salieron corriendo a trompicones, sin saber muy bien hacia donde se dirigían. Algunos incluso se reían de la situación. Dakota y Charlotte salieron a empujones entre  los demás clientes, aunque sin enterarse muy bien de qué es lo que pasaba. Cuando estuvieron a fuera, junto al resto de la clientela y parte de los empleados, se quedaron mirando al local con inquietud. El dueño aún estaba dentro intentado apagar el incendio con un extintor, aunque tuvo que salir a los pocos minutos ya que estaba demasiado extendido. Poco a poco, la entrada se fue llenando de más y más gente atraída por el alboroto. Cuando la sirena de los bomberos y de la policía se empezaba a escuchar a lo lejos, se miraron mutuamente y empezaron a caminar.

Estaban caladas de arriba abajo, desde la ropa hasta el alma. El maquillaje de ojos corría por el rostro en forma de cataratas. Ambas estaban completamente exhaustas por la pelea. No les quedaba ni una pizca de fuerza en el bolso, pero tenían que andar hacia adelante. Charlotte se acercó y la tomó de la mano. Ninguna de las dos quería que su amistad se volatilizara con una pequeña chispa que prende como la paja. No valía la pena discutir, ni gritar, ni siquiera darse un bofetón. Siempre iban a encontrar la manera de continuar con su amistad a pensar de las grandes cargas que arrastraban. Ninguna de las dos entendía porque, pero sabían que era mejor no luchar contra ello. Cuanto más intentaban separarse la una de la otra, más unidas estaban. Ese hilo imperceptible que las conectaba estaba hecho de acero.

El cielo empezaba a clarear, pero aún era de noche. Las luces de la ciudad estaban más tristes de lo normal. Quizá simplemente fuera la luz de la luna, que creaba una visión distinta a la de los otros amaneceres. El silencio era tan estridente que eclipsaba sus pasos. Pero una melodía lejana apareció para captar su atención. Aunque no reconocían la canción, era imposible no percatarse de ella. Venía de un coche de policía que estaba aparcado en frente de una cafetería.  Dakota miró hacia el interior del local distraída.

—¿Ese no es el vecino de Dave? —Preguntó. Después de fijarse unos segundos, Charlotte le respondió.
—Pues sí, es él. Creo que se llama Evan. Aunque no esperaba que fuera policía.
—Yo tampoco, pero supongo que así es más interesante, Charlie. En eso consiste la vida ¿no? En lo inesperado.

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